jueves, 29 de mayo de 2014

El desprecio



Nos citamos frente al museo, ahí en donde hay una fuente. Yo había llegado a la hora acordada como es mi costumbre y me quedé veinte minutos esperando. Había buscado su cara entre un grupo grande de adolescentes reunidos en el portal sin encontrarlo. Sentía las miradas curiosas de los teens recargados en las promociones del mes. Encendí un cigarrillo. No lo había visto en cinco años y no estaba segura de qué buscar. Observé la calle mojada y la cantera rosa que palidecía con la lluvia. Mi teléfono sonó y contesté a regañadientes por el cobro de la larga distancia. Era él, lo siento se me presentó un pequeño inconveniente en la producción y además he olvidado cómo calcular mis tiempos de traslado sin automóvil. Ah, dije yo volteando lo ojos. Lancé mi cigarro que siseó agradablemente al contacto con el piso mojado. Colgué. No estaba molesta pero me pregunté por qué había aceptado esa reunión. Mi desapego con las relaciones evitaba cualquier tipo de sentimentalismo que el tiempo pudiera generar.  Lo vi bajando del taxi, que es por cierto un automovil, lucía igual que la última vez cinco años atrás en algún lugar que no recuerdo, se veía muy animado de verme, podría atreverme a decir que feliz. Me pregunté qué pensaría él de mi ceño perpetuamente fruncido. Pagó el taxi y se abalanzó contra mí levantándome del piso y dándome vueltas como si se tratara una pequeña yo de seis años y mi papá en algún parque entre los snaks y los juegos mecánicos. Me dio varias vueltas entre efusivos holas y cómo-has-estados, las vueltas aéreas me tomaron desprevenida pero no por sorpresa. Mientras volaba por los cielos con mis tetas bien presionadas contra su pecho un olor a humedad proveniente de su ropa se clavó en mi nariz. Fue ahí, en la quinta vuelta, cuando decidida y descortésmente, lo empujé y me liberé. Alguna gente no sabe cuando parar. Nunca te había visto de anteojos, me dijo. Caminamos hacia un bar, él ordenó un whisky que hablaría bien de su masculinidad, y yo una cerveza. Le dije que tenía que irme en media hora porque tenía un compromiso pero era una mentira. Me miró y parecía una cabra desorientada en la ciudad, bueno, me dijo, siempre es un placer estar contigo aunque sea por media hora. Vaya placer.

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