Es el fin del mundo y yo sentada en un café. Hay un gordo sentado a mi lado, me doy cuenta que no se entera de nada. Me gusta que pase de esta manera, lo imaginé hace unos minutos, el fin del mundo. Por fin ¡Cómo me gusta jugar con la idea de la muerte!. Lo que me recuerda al silogismo de Cayo, pero Cayo no era una mujer, Cayo no tenía una gata que no tiene un ojo, Cayo no tenía el corazón roto y el alma entristecida, Cayo no se perdió jugando bebeleche cuando tenía siete años, Cayo no lloró después de perder su virginidad, ni atropelló un vagabundo en la oscuridad con su bicicleta. La lluvia que golpea los muros del café, separandola con gran pena de mi. No hay refugio para los pies, ni refugio contra el viento, sólo aquí, conmigo y con el gordomasticachicle. Al otro lado del salón alguien traba las puertas con sillas. La puerta más cercana a mi se abre inesperadamente y un fuerte viento empuja la lluvia hacia mi, y yo no me protejo porque estoy lista. Cayo no tuvo un pollo que murió aplastado en el patio de su casa. Pero la tormenta también me abandona (y siente un vacío en el pecho, como si hubiese una aspiradora ahí dentro, escribió D. H. Lawrence). La lluvia ha cesado y el viento disminuye, aún pienso que es un buen escenario para mi muerte. Pero ¿acaso a Cayo se le humedecían los ojos cada vez que recordaba sus estúpidas y dulces fantasías?
Cayo Vasquez...
ResponderEliminarSheyla
ResponderEliminar17 años, estudia secretariado computarizado
en la academia Rayoteck. Le encanta
comprarse ropa y sueña con casarse algún día.
Eventualmente trabaja como prostituta clandestina