miércoles, 29 de enero de 2014

Oh...



Me despierto sin gran emoción. En algún tiempo, no hace tanto tiempo, me despertaba con mucha energía, planeaba los detalles, la música, los calcetines, el desayuno, la tarde, el humor. La mayoría del tiempo funcionaba. Hoy me despierto por inercia, porque sé que tengo que hacerlo. Todos tenemos que hacerlo ¿no?. Espero que el silencio me indique que el mundo se acabó. Sólo hay ruidos de gaviotas que parecen hacer el amor y ser degolladas al orgasmo, automóviles nerviosos y, de nuevo, la grúa a lo lejos construyendo un nuevo y feo edificio en la esquina. No me puedo mover, mis ojos son como dos canicas que se me antojan para tocarlas pero, ya lo dije, no me puedo mover. Pienso en mis sueños. Lo he visto de nuevo pero mucho menos. Cada vez menos. He estado en una fiesta con mi amor y nos abrazamos porque nos necesitamos, estoy segura que si alguien no me necesita esa es ella. Yo necesito a todos. Tanto. Me levanto poco a poco, busco mi celular en el piso, sigo pensando en ella y en nuestra fantasía de los sueños y los mundos paralelos que los implican. Uno en donde nunca necesité irme y despertamos juntos. Uno en donde me abraza por la noche en un bar, en el que decidí regresar y las cosas aún funcionaban. El universo en el que todo se fue a la mierda. El parque y el reencuentro. En el que todos siguen adelante y nadie se vuelve a ver. Espero que no haber despertado muy tarde porque es la cosa correcta, espero que sea tardísimo, lo suficiente para no haberme enterado que la casa se incendió y todos tuvieron que irse. Para no enfrentar la vida. Hace frío, siempre hace frío, comienza a cansarme. Desnuda el lento proceso de vestirme me regala tiempo para mi, para seguir con la tortura. Me estiro, me pongo las bragas, aprieto suavemente mis pechos que se relajan, el broche del brassier, el mismo pantalón de ayer que permanece en el piso como una estatua moderna, el mismo sueter, el mismo saco, calcetines disparejos. ¿Será verdad que todo se está yendo a la verga? Me miro al espejo y me encuentro vieja. Entiendo lo que son las fantasías, entiendo que se trata de mujeres obesas a quienes sigo alimentando de cebo y carnada, de basura negra y mojada con cabellos, que la comen de manera casi lujuriosa, que les gusta tocarse la vagina con una mano mientras se meten una bola de manteca en la boca con la otra. Entiendo de quién se trata. Y mientras yo intento parar el festín, sobrevivir el día, no destruirme por las noches, él se da por vencido. Se sujeta pero el dedo meñique ya se ha desprendido. Yo me sostengo tan fuerte que siento los rasguños en mis manos quemadas mientras la corriente del mistral me lleva en dirección contraria. Repaso una vez más mis palabras antes de salir, una vez más el reflejo. Sé que todo es pesado para personas como yo, que todo termina aplastándose, disminuyéndonos. Saboreo mi leche que se me sube a la cabeza. Cayendo por mis ojos, regresando al plato, mojando mi cereal.

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